Lo que vale tu atención


El pensar, el hacer y el sentir se configuran según la experiencia que tenemos de la vida y viceversa.
He reflexionado mucho sobre el aburrimiento, la atención y la meditación estos días. Confío en las últimas dos como herramientas de las cuales cualquiera podría sacar provecho, dado que la meditación fortalece la atención y la atención es crucial para prácticamente cualquier cosa. Sobre eso hay mucha información dando vueltas. Ahora vengo a comentarles sobre el aburrimiento.
He registrado a un punto casi enfermizo a donde ha ido cada minuto de mi tiempo durante unos meses, y luego he comenzado a redireccionarlo.

Un día registré 6 horas de uso del celular. Casi 1/3 de mi tiempo despierto. Y en el tiempo que me quedaba, en esos días, estaba demasiado cansado para hacer algo, había procesado demasiada información sin darme cuenta, mi atención se había interrumpido una y otra vez hasta el agotamiento espiritual. En un asalto del que no me había dado cuenta, me habían robado, 1/3 de mi tiempo despierto.

Hace unos meses me frustraba sentir todo esto en algún plano de mi ser sin poder comprenderlo ni ponerlo en palabras.

Atención en sí

La atención es indivisible, sólo es capaz de pasar de un punto a otro rápidamente, imperceptiblemente. El lugar en donde se posa es el recorte irreductible, pero al mismo tiempo inabarcable que define la forma de nuestra experiencia.
La atención, como la mayoría de las funciones del cuerpo y la mente, se configura de una forma u otra según como la utilicemos a diario.
Si la usamos para el multitasking cortoplacista (es decir, hacer y pensar más de una cosa a la vez, aunque sean sólo dos cosas, a diferencia del multitasking a largo plazo, que sería hacer múltiples cosas a lo largo del día, por ejemplo) nuestra atención y por ende nosotros, seremos incapaces de alcanzar ningún tipo de profundidad en ninguna de las dos cosas que estemos haciendo. Y no me refiero a cruzar la calle masticando chicle mientras pensamos en el pasado o el futuro. Me refiero, por ejemplo, a tener una conversación en persona y contestar mensajes por WhatsApp al mismo tiempo, o querer sentarse a estudiar y fijarse si hay algo nuevo en las redes cada cinco minutos.
No es de extrañar que acostumbrados como estamos a que nuestra atención salte de aquí para allá cada un par de minutos – si no menos – nos cueste concentrarnos en un libro, sin estar pensando, de repente, en cualquier cosa, para luego darnos cuenta de que no tenemos idea de lo que decía el párrafo sobre el que acabamos de hacer pasar nuestra mirada sin prestar atención. Lo mismo cuando hablamos con alguien.
¿Por qué nos es tan difícil tener una atención profunda?

“Atención profunda” puede sonar esotérico o pretencioso. Pero quizás una mejor forma de referirme a esto sea hablar de atención ininterrumpida. Hay un umbral de tiempo mínimo después del cual se entra en un estado mental diferente, un estado de flujo. Pongo de ejemplo mi experiencia en 4to año del taller de escultura en 2017, al cual asistía de lunes a viernes, desde las 8 de la mañana hasta las 12 del mediodía:
Durante ese año estaba particularmente enganchado con la actividad de taller y sobre todo con el trabajo del metal: cortar, soldar, moldear, batir, forjar. El trabajo manual de la técnica requiere ciertas condiciones para funcionar. Hay un tiempo de preparación, de ponerse todo el equipo de protección (guantes, gafas, delantal, sordinas), antes de empezar a trabajar. Una vez que uno ha empezado, incluso fijarse la hora en el celular es ciertamente engorroso. Sacarlo del bolsillo implica sacarse los guantes y los lentes, y para sacarse los lentes hay que sacarse las sordinas. Nada que con un poquito de voluntad no se supere. Pero es suficiente para eliminarlo de la ecuación. Estas condiciones me indujeron a trabajar con una atención ininterrumpida de varias horas diarias a lo largo de casi todo un año.
Entraba en un estado de flujo. Había días incluso en los que llegaba a primera hora y cuando me daba cuenta venían a cerrar el taller. Estaba en el punto dulce favorable para que la atención se sumerja profundamente en lo que está haciendo sin importar que hora es, que vamos a comer, ni nada que esté estrictamente por fuera de la tarea en cuestión. Eso es la atención profunda.
Aunque hace ya tiempo que no agarro las herramientas de taller, el mismo fenómeno me ha sucedido en otras actividades como escribir, estudiar, dibujar, conversar, escuchar música y también, únicamente pensar.


Las redes

Hay una estructura casi kafkiana detrás de cada pantalla, aunque rara vez nos demos cuenta de esto. No nos resulta extraño que el acceso a internet sea cada vez más fácil, barato e imprescindible. No nos sorprende que las aplicaciones de las redes sociales no sean pagas, pero que Facebook compre Instagram por 1.000 millones de dólares. Facebook no compró una aplicación, compró la atención de mil millones de personas (que es la cantidad de usuarios que tiene Instagram: https://marketing4ecommerce.net/cuales-redes-sociales-con-mas-usuarios-mundo-2019-top/). Ahora me parece que pagó poco: 1 dólar = la atención de 1 persona.
Entiendo porque buscamos llamar la atención en las redes y porque dirigimos nuestra atención hacia ellas, ahora mismo pretendo sostener su atención aquí. El problema no es la red: “la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella”, dice Drexler. Lo que antes no entendía y ahora veo con más claridad es que no deberíamos ceder nuestra atención con tanta liviandad, como si su valor fuese ínfimo, tan insignificante que no vale ni siquiera detenerse a pensar un segundo antes de entregarla del todo.
La atención configura la experiencia, la experiencia configura el pensar y el pensar configura el hacer. Esto puede llevarme, vía publicidad, a comprar un par de zapatillas que vi, o una tableta gráfica como en mi caso. Pero el problema es que también puede hacerme creer que la vida contemporánea de la humanidad oscila entre dos polos separados por un abismo insalvable: Todos son felices y exitosos por un lado y por el otro, el mundo no sólo es una mierda, sino que se acaba en 3, 2, 1.
Por supuesto, ninguna de las dos cosas es del todo cierta, pero creemos que sí: así lo dictan las publicaciones de las redes, la fehaciente evidencia. Y encima todavía me queda lidiar con mis problemas existenciales y mundanos.
No es extraño que en momentos así todo me parezca en vano, toda causa esté perdida. Ya ni dopamina puedo procesar, todo me irrita, no hay perspectiva, no hay control, algo está maliendo sal, y uno de esos videos de Youtube me señala la salida de emergencia: desconectar. 





Perder el tiempo

Aburrirse profundamente es soñar despierto. Walter Benjamin llama al aburrimiento profundo “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. Lo nombra como un “paño cálido y gris, formado por dentro con la seda más ardiente y coloreada”, en el que “nos envolvemos al soñar”.[1]
Yo me lamentaba de que la gente – mejor dicho, de que yo – ya no pueda acceder al aburrimiento profundo, porque habríamos sido atrapados de alguna manera conspiranoica en el entretenimiento superficial de las redes. Pero, como comenta Byung-Chul Han, Benjamin lamenta que estos nidos del tiempo y el sosiego del pájaro del sueño desaparecen progresivamente”[2], y Benjamin no tenía internet en esa época, lo que me hace pensar, que el aburrimiento, que para mí es caldo de cultivo de la creatividad, no es una situación deseable para todos. Recuerdo haber sido niño y no dar más del aburrimiento, que manera de sufrir, que lujo de sufrimiento. Por supuesto que ese primer momento de inquietud es en el cual empieza el crescendo que lleva la chispa del pensamiento a la pólvora de la acción, del movimiento, de la voluntad, del juego. Hasta que nos hacemos grandes y dejamos de jugar.
El aburrimiento es, para mí, el tiempo y el espacio necesario para que algo medianamente auténtico pueda emerger del plano imaginativo al plano perceptible.
A juzgar por lo que dice Benjamin y por lo que tuvo a bien recordarme mi amiga Flor Grande (“Hay que ver hasta donde tenés ganas de exponerte a una experiencia”), esto es algo que no es para todos, aunque quizás sí, añadiría yo, para quienes esto les resuene en alguna parte y se sientan identificades. Para ustedes, algo interesante de probar: desconectarse, reducir los estímulos y distracciones al mínimo necesario, darse tiempo de “hacer nada” o como diría Fito Páez: ¿Por qué no prueban una noche cuando lleguen a sus casas no haya nadie y el teléfono no suena a ver qué pasa?



[1] BYUNG-CHUL HAN, La Sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2017, p.35.
[2] Ibíd., p.35.





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