Una planta de tomate


Tengo frente a mí una red que improvisé con un hilo de plástico que encontré anoche en el parque mientras entrenaba. En sí es inútil, no conecta con nada más que con si misma, no atrapa nada más que la excusa para escribir esto. Técnicamente es un objeto y como tal, no podemos echarle la culpa, pero esta red existe.
El primer factor, aunque no por esto el más importante, que aparece en la genealogía inmediata de la red es la clase inmediatamente anterior al encuentro con el hilo de plástico. Se hablaba sobre lo que podía sugerir una selección de piezas textiles sobre las que giraba la clase. Una de las sugerencias era que lo textil no es algo esencialmente - ni culturalmente - exclusivo de la mujer. También giraban algunas ideas sobre cultras ancestrales  el rol del rejido en las mismas, la idea del entramadao y la urdimbre, metáforas muy en boga, dicho sea de paso.
Sin embargo, no pensaba en esto mientras tejía la red. Pensaba en las críticas al capitalismo contemporáneo (o en palabras de Mark Fisher, al realismo capitalista)  y la pregunta abierta a si efectivamente existe una salida de este maremoto sin vuelta que nos arrastra y no le importan nuestras micropolíticas a no ser que pueda venderlas o absorverlas.
Hace no mucho que tengo una planta de tomate, una de albahaca, un jazmin y una pata de cabra que cambié por un montón de plástico y cartón.
Mientras ejerzamos una crítica al capitalismo (o al realismo capitalista, que no es lo mismo, dado que este último sería la convicción de que no existe alternativa) y mantengamos la separación entre lo que pensamos y lo que hacemos poniendo en una escala de valores a lo primero por encima de lo segundo, estaremos viviendo en el ámbito del cinismo. Pero no del cinismo griego, ni mucho menos del cinismo ingenuo. El cinismo, hoy y con respecto a este tema, es la resignación frente a esa maquinaria que tanto nos molesta pero de la cual (¿) no podemos (?) dejar de formar parte. Es el precio de ser crítico con el tiempo que a uno le toca vivir.
El problema de fondo que encarnan mis idas y venidas sobre la pequeña red que no tiene la culpa es el consumo. Como individuos, e incluso llegando a un lugar de reducirse a las funciones vitales y fisiológicas mínimas, consumimos recursos. Consumimos agua, comida, aire, etc. Neoliberalismo, Keynesianismo o el que más le guste, los objetivos tienden a ser activar o re-activar el Consumo. Compañero inseparable de esta idea, el heredero de la moderna idea de progreso: El Crecimiento.
Crecimiento demográfico, tecnológico, urbanístico, académico, institucional, acelerado, desmedido, descontrolado, pero fundamentalmente, desprovisto de un propósito que no sea su propia perpetuación. La paradoja es que ese mismo propósito de perpetuación lleva el signo de su auto-aniquilación: Dijimos que como individuos, consumimos recursos. Este conjunto de individuos crece, se multiplica, ahora hay más gente consumiendo más recursos, organizándose en sociedades con sus particularidades, entrando en crisis, consumiendo lo que necesitamos y lo que no también. Pensando, ante momentos de crisis, que reactivar el consumo es la salvación.
Ahora pienso que nos rodea el vacío del espacio, con temperaturas gélidas para un lado y demasiado "tropicales" para el otro. Planetas áridos en todas partes. Frente a la infinitud del espacio, la finitud de nuestro planeta, que ni siquiera es nuestro, estamos aquí de garrón.
Aumentar el consumo lleva a consumir todo. El fin de la historia, de la memoria, será el día que no quede nadie para contarlas y nadie a quien contárselas. Y ese día llegará.
En el fondo, lo único que es natural es el cambio constante de todo. La naturaleza existe desde antes que nosotros y seguirá existiendo cuando no haya nadie para pensarla, de modo que decir: "cuidemos la naturaleza" es, por lo menos, ingenuo. Aquí y para salvarnos de la angustia entran las palabras que todavía me resuenan de Laura Valdivieso: "¿Como podemos hacer este lugar mejor? ¿Como puedo ayudar y colaborar hoy, aquí sobre esta circunstancia en particular?" y el chiste es ese: ¿Cómo podemos ayudar y colaborar hoy, aquí, para sostener este estado particular de la naturaleza que nos permite tener amigos y familia, una planta de tomate, una de albahaca y un jazmín, sin destruir el mundo en el intento?

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