Sobre lo que hay a la vuelta de la esquina

Quizás habría que aprender a no esperar nada de esta vida. Pero no estamos listos para relativizar de ese modo nuestra propia existencia. Primero por las formas con las cuales hemos construido el concepto de futuro. Grandes injusticias. Y aquí con la incumbencia de la incertidumbre, reducida a un "uno nunca sabe que hay a la vuelta de la esquina". El problema que tengo con esta metáfora es que yo sé que a la vuelta de la esquina hay un kiosco, una ferretería, los pibes que siempre se juntan a tomar algo, la parada del 18 y un número más o menos estable y predecible de circunstancias y cosas que si voy ahora mismo, puedo corroborar. No digo con esto que no pueden dejar de ocurrir eventualidades y que un día, a la vuelta de esta misma esquina, el mismo 18 me lleve puesto frente al mismo kiosco y la cara de sorpresa de los mismos pibes que justo estaban tomando algo, como de costumbre. Lo que pongo en cuestión es el lugar que le asigna la metáfora a la incertidumbre en relación a la expectativa, proyectada sobre nosotros - y por nosotros - de la cual, no tiene caso intentar escapar.
¿Qué querés ser cuando sea grande? Yo quería ser paleontólogo, y acá me tenés. ¿Qué vas a estudiar el año que viene cuando egreses? ¿Qué vas a hacer de tu vida? y demás preguntas omnipresentes en lo cotidiano de la adolescencia, que quizás sea uno de los momentos más lúcidos hoy, justamente por el hecho de ser conscientes de que la incertidumbre tiene poco que ver con lo que hay a la vuelta de la esquina. Todo esto sin mencionar los afiches, anuncios, publicidades: "Tu futuro empieza aquí, elegí Universidad Pirulito"
Nos atraviesa esta preocupación de darle un sentido a la vida. Como a cualquiera. ¿Y por qué? ¿Dios? (¿muerto?) ¿La Razón? Es fácil caer en esta. La razón, al igual que Dios se caen por su propio peso si no hay nadie que decida sostenerlos como fuente y garantía del Sentido. Detrás de uno y del otro, el Abismo.


Signados por el conflicto con la incertidumbre, buscamos el método para llenar este Abismo.
Y quizás, hay que aprender a vivir en él, a habitarlo.
Luis María Rojas (director de Linde Contemporánea, proyecto de investigación en artes, aquicito nomás en Tucumán) siempre nos dice: Hay que aprender a vivir en la incertidumbre. Cuando empezamos a investigar, llegamos con ciertas ideas sobre el funcionamiento de las cosas y con ese puñado de certezas metemos manos, pies, codos, y sobre todo la cabeza en el abismo de la incertidumbre: Esas herramientas que tenía por fiables se disuelven como si nada. Todo cambia y lo único seguro es la finitud de esta forma de existir.
Recuerdo una reflexión que leí de mi tío Octavio Corvalán (si está leyendo esto, sepa que siempre lo leo), donde él proponía un círculo como analogía de los saberes y conocimientos con respecto a lo ignorado (la incertidumbre a este caso). Todo lo que aprendemos va dentro del círculo. Si tenemos la decencia de admitir el mundo que hay por fuera de ese círculo al que no accedemos más que por intuición, podemos ver que en la medida que aprendemos más, el círculo se amplía y el perímetro también. El perímetro es la consciencia de todo lo que ignoramos. Esa consciencia me persigue por momentos.


Si nos apropiamos de esta palabra "incertidumbre" (la cual, paradójicamente, debe ser la que más lejos y más cerca está al mismo tiempo de aquello que designa) y la trasladamos por la vida, la llevamos como unos lentes, como el filtro de una cámara, ésta le da un tinte distinto a las cosas, se convierte en una parte imprescindible e ineludible del marco que ordena - o desordena - esta existencia.
Cada vez entiendo menos a la gente. Yo incluido en la gente. Me inquieta como vamos por la vida sin parar un momento a reflexionar lo que hacemos y porqué. No nos escuchamos entre nosotros porque todos estamos muy ocupados tratando de gritar alguna verdad. Cuando escuchamos, caemos con facilidad en contestar, refutar, contarle la verdad de la milanesa a ese otro, explicarle cuál es el mejor camino a seguir como si tuviésemos el mapa y lo hubiésemos cartografiado nosotros mismos.
En este vendaval es difícil coincidir con alguien. Cada vez entiendo menos a la gente y siento que la gente me entiende menos a mí. Yo, quiero aprender a escuchar.
Al final parecemos unos locos agitando los brazos y emitiendo sonidos en este mar de idas y vueltas y quizás lo único que pueda salvarnos del Abismo sea el otro:

"Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflicción que le agarrotaba la garganta. Agitaba las manos ante la cara, nervioso, como si estuviera nadando en aquello que había llamado un mar de leche, pero cuando se la abría la boca a punto de lanzar un grito de socorro, en el último momento la mano del otro le tocó suavemente el brazo, Tranquilícese, yo lo llevaré"
José Saramago
Ensayo sobre la ceguera 

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