Amputar el pie izquierdo
Últimamente he estado observando los movimientos de mis humores, tengo que confesar que me resulta divertido y pedagógico y me gustaría invitarlos a hacer el mismo recorrido.
Algunos días albergo una energía que me desborda, llegando a extremos en que ya no sé que hacer con tanto y me frustro hasta por eso. Por debajo de eso hay un estado ideal en el que todo está perfectamente afinado, coordinado y las cosas fluyen junto con el tiempo, los pensamientos, las energías y las exigencias, como música bien orquestada. Aún más por debajo hay momentos en los que me gustaría tener una existencia más simple, parecida a la de aquella piedra que quedó inconsciente por el impacto que le provocó el golpe provocado por el lanzamiento desde el otro lado del río.
Me pregunto entonces ¿Cuáles son las variables que atraviesan, condicionan, construyen y destruyen los estados de ánimo?
Una buena parte depende de factores externos y otra buena parte depende de las estructuras internas que reciben, procesan e interpretan dichos factores externos. Es una operación. Hablamos de dos fases de un proceso.
Uno creería que tiene control total sobre dicho proceso (mentira), pero entonces ¿Cómo puede ser que dejemos influirnos por aquello que no nos importa? No nos engañemos, nos pasa todo el tiempo. Y, como todo, en última instancia, sí depende de nosotros.
Personalmente sufro por gente que no me importa todo el tiempo. Salgo a la calle y sufro por el enamorado de la bocina y enemigo de las bicicletas y peatones. Sufro cuando la gente se empeña en perpetuar la rueda del padecimiento colectivo como si la catarsis de su sufrimiento dependiera de ello. Me indigno cuando escucho alguna bestialidad por la calle y me indigno más cuando me encuentro a mi mismo 4 horas después todavía pensando en lo mismo. No digo que no haya que indignarse, pero tampoco es cuestión de meterse el dedo en la llaga cada 10 minutos, por favor.
Existe este fantasma, que sobrevuela la cotidianeidad de nuestra sociedad positiva y del "todos los sobrinos son felices en Facebook", que nos hace creer que lo ideal es apuntar a un eterno estado de felicidad y optimismo. Se trata de un paraíso infernal, donde sentirse mal, vacío, desolado, pierde cualquier tipo de belleza que uno pueda apreciar en los movimientos del alma, belleza que es aniquilada por el avasallamiento de un mundo que corre a velocidades incomprensibles. Lo curioso es que nadie parece saber hacia donde vamos, ni cuál es el apuro.
Quiero proponer que la estabilidad emocional y el equilibrio en la vida están sobre-valorados. Para más, nuestro amigable contexto actual de exposición obligatoria y normalizada del yo, propone este esquema como una de las máscaras en las cuales debemos encajar, y bajo la cuál nos vestimos a diario dificultando la apreciación de los estados que atravesamos como se lo merecen.
No quiero decir con esto que el equilibrio no importa y que debamos abandonarnos al devenir de la vida y que si la vida decide devenir por el balcón del onceavo piso debamos devenir con ella hacia el asfalto.
Lo que propongo es que el desequilibrio es un complemento necesario del equilibrio. Caminar consiste en perder y recuperar el equilibrio constantemente, con ritmo, con gracia. Caminar arriesga el equilibrio y la seguridad del mismo en pos del movimiento. Pero ¿movimiento hacia dónde? Los osos no corren cuesta abajo y si la cuesta es lo suficientemente empinada, nosotros tampoco.
Este ciclo de equilibrios y desequilibrios que nos lleva a través de los días y que por consenso le decimos vida, a menudo es entendido como un camino. Es curioso que el mismo camino pueda ser considerado como una utopía para una persona y al mismo tiempo ser una condena para otra.
¿Cómo entendemos los caminos y el desplazamiento? ¿Qué nos lleva a desplazarnos? ¿Por qué buscamos recorrer algunos en soledad o buscar compañía para recorrer otros? ¿Qué nos mueve a seguir caminos señalizados y transitados o elegir inventar senderos por el medio de la nada? ¿Cuáles son las razones que nos sacan de la cama por las mañanas? ¿Por qué soñamos despiertos cuando vamos dormidos caminando por las calles?
Sin contar la muerte, desconfío mucho de objetivos o destinos últimos, trascendentales.
Reivindico vivir aquí, ahora y al ritmo de cada uno. Correr cuando amerite, detenerse en seco a contemplar los paisajes. Amar los procesos, enamorarse de ellos y después odiarlos, sólo para volver a enamorarse.
El cansancio, el dolor, el sufrimiento llevan inscritos una belleza intrínseca. Melancólica o desgarradora, indiferente o iracunda: Su belleza radica en su profundidad y en su misterioso alcance sobre las almas, es parte de su naturaleza. La alegría, el goce, la plenitud son dueñas de otro tipo de belleza, una distinta. No mejor, ni peor, distinta. Son como el pie izquierdo y el pie derecho, siempre es mejor tener los dos.
Por último, y en cuanto al porqué de no simplemente quedarme en un lugar de comodidad y despreciar cualquier movimiento que pueda comprometer este equilibrio sólo puedo responder por mí: La inmovilidad se vuelve monótona, cotidiana, conocida y lo que es peor: transparente. Esa transparencia se convierte en predictibilidad obscena, carente de toda belleza. Mientras que el inagotable misterio de lo que pueda estar a la vuelta de la esquina el día de mañana siempre puede ofrecer nuevas bellezas, en infinitos matices.
Algunos días albergo una energía que me desborda, llegando a extremos en que ya no sé que hacer con tanto y me frustro hasta por eso. Por debajo de eso hay un estado ideal en el que todo está perfectamente afinado, coordinado y las cosas fluyen junto con el tiempo, los pensamientos, las energías y las exigencias, como música bien orquestada. Aún más por debajo hay momentos en los que me gustaría tener una existencia más simple, parecida a la de aquella piedra que quedó inconsciente por el impacto que le provocó el golpe provocado por el lanzamiento desde el otro lado del río.
Me pregunto entonces ¿Cuáles son las variables que atraviesan, condicionan, construyen y destruyen los estados de ánimo?
Una buena parte depende de factores externos y otra buena parte depende de las estructuras internas que reciben, procesan e interpretan dichos factores externos. Es una operación. Hablamos de dos fases de un proceso.
Uno creería que tiene control total sobre dicho proceso (mentira), pero entonces ¿Cómo puede ser que dejemos influirnos por aquello que no nos importa? No nos engañemos, nos pasa todo el tiempo. Y, como todo, en última instancia, sí depende de nosotros.
Personalmente sufro por gente que no me importa todo el tiempo. Salgo a la calle y sufro por el enamorado de la bocina y enemigo de las bicicletas y peatones. Sufro cuando la gente se empeña en perpetuar la rueda del padecimiento colectivo como si la catarsis de su sufrimiento dependiera de ello. Me indigno cuando escucho alguna bestialidad por la calle y me indigno más cuando me encuentro a mi mismo 4 horas después todavía pensando en lo mismo. No digo que no haya que indignarse, pero tampoco es cuestión de meterse el dedo en la llaga cada 10 minutos, por favor.
Existe este fantasma, que sobrevuela la cotidianeidad de nuestra sociedad positiva y del "todos los sobrinos son felices en Facebook", que nos hace creer que lo ideal es apuntar a un eterno estado de felicidad y optimismo. Se trata de un paraíso infernal, donde sentirse mal, vacío, desolado, pierde cualquier tipo de belleza que uno pueda apreciar en los movimientos del alma, belleza que es aniquilada por el avasallamiento de un mundo que corre a velocidades incomprensibles. Lo curioso es que nadie parece saber hacia donde vamos, ni cuál es el apuro.
Quiero proponer que la estabilidad emocional y el equilibrio en la vida están sobre-valorados. Para más, nuestro amigable contexto actual de exposición obligatoria y normalizada del yo, propone este esquema como una de las máscaras en las cuales debemos encajar, y bajo la cuál nos vestimos a diario dificultando la apreciación de los estados que atravesamos como se lo merecen.
No quiero decir con esto que el equilibrio no importa y que debamos abandonarnos al devenir de la vida y que si la vida decide devenir por el balcón del onceavo piso debamos devenir con ella hacia el asfalto.
Lo que propongo es que el desequilibrio es un complemento necesario del equilibrio. Caminar consiste en perder y recuperar el equilibrio constantemente, con ritmo, con gracia. Caminar arriesga el equilibrio y la seguridad del mismo en pos del movimiento. Pero ¿movimiento hacia dónde? Los osos no corren cuesta abajo y si la cuesta es lo suficientemente empinada, nosotros tampoco.
Este ciclo de equilibrios y desequilibrios que nos lleva a través de los días y que por consenso le decimos vida, a menudo es entendido como un camino. Es curioso que el mismo camino pueda ser considerado como una utopía para una persona y al mismo tiempo ser una condena para otra.
¿Cómo entendemos los caminos y el desplazamiento? ¿Qué nos lleva a desplazarnos? ¿Por qué buscamos recorrer algunos en soledad o buscar compañía para recorrer otros? ¿Qué nos mueve a seguir caminos señalizados y transitados o elegir inventar senderos por el medio de la nada? ¿Cuáles son las razones que nos sacan de la cama por las mañanas? ¿Por qué soñamos despiertos cuando vamos dormidos caminando por las calles?
Sin contar la muerte, desconfío mucho de objetivos o destinos últimos, trascendentales.
Reivindico vivir aquí, ahora y al ritmo de cada uno. Correr cuando amerite, detenerse en seco a contemplar los paisajes. Amar los procesos, enamorarse de ellos y después odiarlos, sólo para volver a enamorarse.
El cansancio, el dolor, el sufrimiento llevan inscritos una belleza intrínseca. Melancólica o desgarradora, indiferente o iracunda: Su belleza radica en su profundidad y en su misterioso alcance sobre las almas, es parte de su naturaleza. La alegría, el goce, la plenitud son dueñas de otro tipo de belleza, una distinta. No mejor, ni peor, distinta. Son como el pie izquierdo y el pie derecho, siempre es mejor tener los dos.
Por último, y en cuanto al porqué de no simplemente quedarme en un lugar de comodidad y despreciar cualquier movimiento que pueda comprometer este equilibrio sólo puedo responder por mí: La inmovilidad se vuelve monótona, cotidiana, conocida y lo que es peor: transparente. Esa transparencia se convierte en predictibilidad obscena, carente de toda belleza. Mientras que el inagotable misterio de lo que pueda estar a la vuelta de la esquina el día de mañana siempre puede ofrecer nuevas bellezas, en infinitos matices.
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